SAN PEDRO Y SAN PABLO

San Pedro Apóstol: Pedro es mencionado frecuentemente en el Nuevo Testamento, en los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles, y en las Epístolas de San Pablo. Su nombre aparece 182 veces.

Lo único que sabemos de su vida antes de su conversión es que nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades y se trasladó a Cafarnaúm, donde junto con Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, se dedicaba a la pesca. Existe evidencia para suponer que Andrés (el hermano de Pedro) y posiblemente Pedro fueron seguidores de Juan el Bautista, y por lo tanto se habrían preparado para recibir al Mesías en sus corazones.

Imaginamos a Pedro como un hombre astuto y sencillo, de gran poder para el bien, pero a veces afligido un carácter abrupto y tempestivo que habría de ser transformado por Cristo a través del sufrimiento.

Nuestro primer encuentro con Pedro es a principios del ministerio de Jesús. Mientras Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, echar la red al agua. Y los llamó diciendo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". (Mateo 4,19). Inmediatamente abandonaron sus redes y lo siguieron. Un poco después, aprendemos que visitaron la casa en la que estaba la suegra de Pedro, sufriendo de una fiebre la cual fue curada por Jesús. Esta fue la primera curación atestiguada por Pedro, quien presenciará muchos milagros más durante los tres años de ministerio de Jesús, siempre escuchando, observando, preguntando, aprendiendo.

Profesión de fe y primado de Pedro:
Cristo resucitado es el fundamento de la Iglesia: "porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo" -1 Cor 3,10. Sin embargo, el mismo Jesús quiso que su Iglesia tuviese un fundamento visible que serán Pedro y sus sucesores. Jesús presenta la vocación singular de Pedro en la imagen de roca firme. Pedro= Petros= Quefá= Piedra= Roca. Es el primero que Jesús llama y lo nombra roca sobre la cual construirá su Iglesia. Pedro es el primer Papa ya que recibió la suprema potestad pontificia del mismo Jesucristo. El ministerio Petrino asegura los cimientos que garantizan la indefectibilidad de la Iglesia en el tiempo y en las tormentas. La barca del pescador de Galilea es ahora la Iglesia de Cristo. Los peces son ahora los hombres. 

Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo , hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" Ellos dijeron: "Unos, que Juan el Bautista, otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas." Díceles el: "Y vosotros quién decís que soy yo?" Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" Replicando Jesús dijo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. -Mateo 16: 13-20.

Dar las llaves significa entregar la autoridad sobre la Iglesia con el poder de gobernar, de permitir y prohibir.  Pero no se trata de un gobierno como los del mundo sino en función de servicio por amor: "el mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos" (Mt 23,11).

Recordemos algunos de los episodios Bíblicos en los que aparece Pedro.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, Jesús se retiró a la soledad de un cerro a orar, mientras sus discípulos cruzaban en una barca el lago de Galilea. De improviso vieron a Jesús caminando sobre el agua y según San Mateo Jesús les dijo: "¡Soy yo, no temáis!". Pedro respondió: "Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua". Entonces Pedro empezó a caminar confiadamente pero al notar la fuerza del viento titubeó y comenzó a hundirse. Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: "¡Que poca fe! ¿Por qué dudaste?" (Mateo 14, 22-31)

Pedro siempre figura entre los tres mas allegados a Jesús. Fue elegido con Santiago y Juan, para subir al monte Tabor donde ocurrió la Transfiguración. Aquí contempló la Gloria del Señor y escuchó la proclamación de Dios: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle". (Mateo 17, 1-5)

Después bajaron a Jerusalén donde Jesús comenzó a preparar a sus discípulos para el fin de su ministerio en la tierra. Pedro llevó a Jesús aparte y comenzó a reprenderlo porque no quería aceptar un fin tan terrible como la cruz.

Al estar todos reunidos en la Última Cena, Pedro declaró su lealtad y devoción con estas palabras: "Aunque todos pierdan su confianza, yo no". E insistió: "Me quedaré contigo aunque tenga que dar la vida. Con inmensa tristeza Jesús le contestó: "Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces". Al desenvolverse esta trágica noche se realizó esta profecía. Cuando los soldados llevaron a Jesús a los judíos, Pedro se quedó en el patio y tres veces lo acusaron de ser discípulo de Jesús. El lo negó las tres veces. En aquel mismo momento, cantó el gallo por segunda vez y Pedro empezó a llorar.

 Pedro es un pecador arrepentido. Cristo lo perdona y confirma su elección. Pregunta a Pedro: "¿Me amas más que éstos?" (Jn 21,15). Pedro afirma tres veces su amor. Jesús entonces le dice "Apacienta mis ovejas". Signo de su misión como pastor universal de la Iglesia. Su ministerio se sostendrá gracias al poder de Cristo, quien ora por el. "He rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Cuando te conviertas, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Es Cristo el Buen Pastor quien confiere su poder de perdonar, consagrar, enseñar y dar testimonio.

Pedro ejerció su primacía entre los Apóstoles con entereza y valor. El fue " La Piedra" en la que la Iglesia fue fundada. Su capacidad de conversión quizás sea lo que hace su historia ejemplar para nosotros pecadores. Pedro cayó muy bajo en la noche que negó al Señor. Después se arrepintió y ascendió hasta llegar a obispo de Roma, mártir, y "guardián de las llaves del reino de los cielos".

Lo vemos a la cabeza de los Apóstoles. Fue Pedro quien tomó la iniciativa de elegir uno que tomara el lugar de Judas y quien realizó el primer milagro. Un mendigo le pidió limosna. Pedro le dijo que no tenía dinero, pero en el nombre de Jesús Nazareno le mandó levantarse y andar. El mendigo, curado de su mal hizo lo que le mandó Pedro.

La esparción del cristianismo atrajo persecuciones en las que fue martirizado San Esteban y muchos de los convertidos se esparcieron o escondieron. Los Apóstoles permanecieron firmes en Jerusalén donde los líderes judíos eran sus peores perseguidores. Pedro decidió predicar en las aldeas circundantes y cada vez mas lejos. En Samaria donde predicó y realizó milagros, Simón, un mago, le ofreció dinero para que le enseñara el secreto de sus poderes. Pedro lo reprendió fuertemente y le dijo: "Quédate con tu dinero, que te pudras con él, porque has pensado que los dones de Dios se pueden comprar".

Por su sinceridad, Pedro inevitablemente tuvo muchos conflictos con las autoridades judías, hasta dos veces los jefes de los sacerdotes lo mandaron arrestar. Nos dice la Escritura que fue milagrosamente desencadenado y librado de la prisión e impresionó a los demás Apóstoles al llegar repentinamente donde ellos moraban. Pedro después predicó en los puertos marítimos de Joppa y Lydda, donde conoció hombres de diferentes razas y en Cesárea donde se convirtió el primer gentil, Cornelio.

Fue obispo de Antioquía y después pasó a ser obispo de Roma donde fue martirizado durante el reinado de Nerón alrededor del año 67, el mismo año que San Pablo. Así lo estiman tres Padres de la Iglesia: San Ireneo, San Clemente de Alejandría y Tertuliano. Fue sepultado en lo que hoy es el Vaticano donde aun se encuentran su restos bajo el altar mayor de la basílica de San Pedro. Esto ha sido comprobado en los encuentros arqueológicos y anunciado por Pío XII al concluir el año santo de 1950.

Martirio de San Pedro
San Pedro murió crucificado. El no se consideraba digno de morir en la forma de su Señor y por eso lo crucificaron con la cabeza hacia abajo. El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición. Muy cerca del circo de Nerón, los cristianos enterraron a San Pedro.

Las palabras de Jesús se cumplen textualmente.  

"Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".
Mateo 16:18

Hay testimonios arqueológicos de la necrópolis con la tumba de San Pedro, directamente bajo el altar mayor. Esta ha sido venerada desde el siglo II.  Un edículo de 160 d.C.  en el cual puede leerse en griego "Pedro está aquí".

Ver Vaticano y la Basílica de San Pedro construida sobre la tumba del santo

Se han encontrado muchos escritos en las catacumbas que unen los nombres de San Pedro y San Pablo, mostrando que la devoción popular a estos grandes Apóstoles comenzó en los primeros siglos. Pinturas muy antiguas nos describen a San Pedro como un hombre de poca estatura, energético, pelo crespo y barba. En el arte sus emblemas tradicionales son un barco, llaves y un gallo.

Hoy el Papa continúa el ministerio petrino como pastor universal de la Iglesia de Cristo. Al conocer los orígenes, debemos renovar nuestra fidelidad al Papa como sucesor de Pedro.

Los únicos escritos que poseemos de San Pedro son sus dos Epístolas en el Nuevo Testamento. Pensamos que ambas fueron dirigidas a los convertidos de Asia Menor. La Primera Epístola esta llena de admoniciones hacia la caridad, disponibilidad y humildad, y en general de los deberes en la vida de los cristianos. Al concluir, Pedro manda saludos de parte "de la iglesia situada en Babilonia". Esto prueba que la Epístola fue escrita desde Roma, que en esos tiempos los judíos la llamaban "Babilonia". La Segunda Epístola trata de las falsas doctrinas, habla de la segunda venida del Señor y concluye con una bella doxología, "pero creced en la gracia y sabiduría de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. A Él sea la gloria, ahora y por siempre".


SAN PABLO
¿Quién fue San Pablo y qué herencia dejó a la Iglesia?

¿Quién era Pablo de Tarso? San Pablo sufrió persecuciones y conoció su propia debilidad mientras predicaba la fe en el Resucitado. A cambio, no quiso otra cosa que la misericordia de Cristo.

En la tarde del 28 de junio de 2008, durante la celebración de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros, el Papa Benedicto XVI proclamó oficialmente la apertura del Año Paulino, que se prolongó hasta el 29 de junio de 2009, fiesta de estos dos Apóstoles.

La Ciudad Eterna, la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo (1), puede considerarse verdaderamente privilegiada, porque ha sido tantorum principum purpurata pretioso sanguine, bañada con la sangre de los Príncipes de los Apóstoles (2).

Durante este periodo se conmemoraron los dos mil años del nacimiento del Apóstol de las Gentes. Para fijar esta fecha, los estudios sobre la cronología paulina tienen en cuenta los datos que proporcionan sus escritos: en la Carta a los Gálatas afirma que, tras su conversión, encontró a Pedro en Jerusalén, tres años después de su fuga de Damasco (3), donde el rey de los nabateos, Aretas IV, ejercía un cierto poder (4). Esto permite datar la huida hacia el año 37 y su conversión hacia el 34-35.

Por otro lado, en los Hechos de los Apóstoles, al narrar el martirio de Esteban se califica a Saulo como “joven”, poco antes de su vocación (5). Aunque sea éste un dato genérico, de modo aproximado permite situar su nacimiento hacia el año 8.

El Año Paulino quiso promover una reflexión más profunda sobre la herencia teológica y espiritual que San Pablo ha dejado a la Iglesia, por medio de su vasta obra de evangelización. Como signos externos que nos invitan a meditar la fe y la verdad de la mano del Apóstol, el Papa encendió la “Llama Paulina”, en un brasero colocado en el pórtico de la Basílica de San Pablo en Roma y abrió también, en este mismo templo, la “Puerta Paulina”, que atravesó el día 28 de junio, acompañado del Patriarca de Constantinopla.

San Pablo, el apóstol de las gentes
¿Quién era Pablo de Tarso? Nació en la capital de la provincia romana de Cilicia, hoy Turquía. Cuando fue capturado en las puertas del Templo de Jerusalén, se dirigió con estas palabras a la multitud que quería matarlo: yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, educado en esta ciudad e instruido a los pies de Gamaliel según la observancia de la Ley patria (6).

Al final de su existencia, en una visión retrospectiva de su vida y de su misión, dirá de sí mismo: he sido constituido predicador, apóstol y maestro (7). Al mismo tempo su figura se abre al futuro, a todos los pueblos y generaciones, porque Pablo no es sólo un personaje del pasado: su mensaje y su vida son siempre actuales, pues contienen la esencia del mensaje cristiano, perenne y actual.

Pablo ha sido denominado el decimotercer Apóstol pues, aunque no formaba parte del grupo de los Doce, fue llamado por Jesús resucitado, que se le apareció en el camino de Damasco (8). Es más, al contemplar lo que ha trabajado por Cristo, nada tiene que envidiar a otros: ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Pues –delirando hablo– yo más: en fatigas, más; en cárceles, más; en azotes, mucho más. En peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces me azotaron con varas, una vez fui lapidado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé náufrago en alta mar. En mis repetidos viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, con frecuentes ayunos, con frío y desnudez (9).

Como se ve, no le faltaron dificultades ni tribulaciones, que soportó por amor de Cristo. Sin embargo, todo el esfuerzo y todos los sucesos por los que atravesó, no le llevaron a la vanagloria. Pablo entendió a fondo y experimentó en su persona aquello que también enseñaba nuestro Padre: que nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia. Dios suele buscar instrumentos flacos, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya. Por eso, San Pablo evoca con temblor su vocación: después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios (1 Cor 15, 8-9) (10). «¿Cómo no admirar un hombre así? –dice Benedicto XVI–. ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla?» (11).

Entre los diversos aspectos que componen la enseñanza teológica de San Pablo se debe señalar, en primer lugar, la figura de Jesucristo. Ciertamente en sus cartas no aparecen los rasgos históricos de Jesús de Nazaret, tal como nos lo presentan los Evangelios. El interés por los numerosos aspectos de la vida terrena de Jesús pasa a un segundo plano, subrayando especialmente el misterio de la pasión y la muerte en la cruz. Al mismo tiempo, se observa que Pablo no fue testigo del caminar terreno de Jesús, sino que lo conoce por la tradición apostólica que lo precede, a la que se refiere explícitamente: os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí (12).

Del mismo modo, se pueden descubrir en el epistolario paulino algunos himnos, profesiones y enunciados de fe, y afirmaciones doctrinales que probablemente se usaban en la liturgia, en la catequesis o en la predicación de la primitiva Iglesia. Jesucristo constituye el centro y el fundamento de su anuncio y de su predicación: en sus escritos el nombre de Cristo aparece 380 veces, superado sólo por el nombre de Dios, mencionado 500 veces. Esto nos hace entender que Jesucristo incidió profundamente en su vida: en Cristo encontramos el culmen de la historia de la Salvación.

Al encuentro con Cristo
Mirando a San Pablo nos podemos preguntar cómo se realiza el encuentro personal con Cristo y qué relación se genera entre Él y el creyente. La respuesta de Pablo se condensa en dos momentos: por una parte se subraya el valor fundamental e insustituible de la fe (13). Así lo escribe a los romanos: el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley (14); la idea aparece más explícita en la Carta a los Gálatas: el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo (15). Es decir, se entra en comunión con Dios por obra exclusiva de la gracia; Él sale a nuestro encuentro y nos acoge con su misericordia, perdonando nuestros pecados y permitiéndonos establecer una relación de amor con Él y con nuestros hermanos (16).

MIRANDO A SAN PABLO NOS PODEMOS PREGUNTAR CÓMO SE REALIZA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO Y QUÉ RELACIÓN SE GENERA ENTRE ÉL Y EL CREYENTE
En esta doctrina de la justificación, Pablo refleja el proceso de su propia vocación. Él era un estricto observante de la Ley mosaica, que cumplía hasta en los más mínimos detalles. Pero esto le llevó a sentirse pagado de sí mismo y a buscar la salvación con sus propias fuerzas. Y en esta situación se descubre pecador, en cuanto que persigue a la Iglesia del Hijo de Dios. La conciencia del pecado será entonces el punto de partida para abandonarse a la gracia de Dios que se nos da en Jesucristo.

Ahí comienza el segundo momento, el encuentro con el Señor mismo. La donación infinita de Cristo en la cruz constituye la invitación más vehemente a salir del propio yo, a no vanagloriarse poniendo al mismo tiempo toda la confianza en la muerte salvadora y en la resurrección del Señor: el que se gloría, que se gloríe en el Señor (17). Esta conversión espiritual comporta, por tanto, no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en Él y compartir tanto su muerte como su vida. Así lo describe el Apóstol mediante la imagen del bautismo: ¿no sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva (18).

Pablo –y con él, todo cristiano– contempla al Hijo de Dios no sólo como Aquel que murió por amor nuestro, obteniéndonos la salvación por nuestros pecados –dilexit me et tradidit semetipsum pro me, me amó y se entregó a sí mismo por mí–, sino también como Aquel que se hace presente en su vida: vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus, vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (19). Al Fundador del Opus Dei le gustaba repetir estas palabras del Apóstol, porque veía a Jesucristo muerto y resucitado como la razón de ser de toda la vida del cristiano y de su misión.

Vivir en el espíritu, según San Pablo
Identificarse con Cristo significa vivir en el Espíritu. San Lucas subraya en su segundo libro el papel dinámico y operativo del Espíritu Santo; y comenta San Josemaría: apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana: Él es quien inspira la predicación de San Pedro (cfr. Hch 4, 8), quien confirma en su fe a los discípulos (cfr. Hch 4, 31), quien sella con su presencia la llamada dirigida a los gentiles (cfr. Hch 10, 44-47), quien envía a Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza de Jesús (cfr. Hch 13, 2-4). En una palabra, su presencia y su actuación lo dominan todo (20).

En sus escritos, Pablo pone de relieve la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida del cristiano. El Espíritu habita en nuestros corazones (21); ha sido enviado por Dios para que nos identifique con el Hijo y podamos exclamar ¡Abbá, Padre! (22). Dejarse conducir por el Espíritu, que nos da la vida en Cristo Jesús, libera de la ley del pecado y de la muerte; lleva a que se manifiesten en la vida del creyente las obras –los frutos– del Espíritu Santo: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley. Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu (23).

El Apóstol nos dice que la oración auténtica sólo existe cuando está presente el Espíritu: asimismo también el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (24). Con palabras de Benedicto XVI, es como decir que el Espíritu Santo «es el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración, cuyos términos no podemos ni siquiera precisar» (25). Pablo nos invita a ser cada vez más sensibles, a estar más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros y a aprender a transformarla en oración.

San Pablo nos invita a ser cada vez más sensibles, a estar más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros y a aprender a transformarla en oración

El primero de los frutos del Espíritu en el alma del cristiano es el amor. En efecto, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (26). Si, por definición, el amor une, el Espíritu es quien genera la comunión en la Iglesia: es la fuerza de cohesión que mantiene unidos los fieles al Padre por Cristo, y atrae a los que todavía no gozan de la plena comunión. El Espíritu Santo guía la Iglesia hacia la unidad.

Hacia la unidad de los cristianos
Éste es otro aspecto, entre los muchos que trata el Apóstol en sus epístolas, que vale la pena tener en cuenta al inicio de este Año Paulino: la unidad de los cristianos. Es motivo de consolación y de estímulo para pedir insistentemente al Señor esta gracia –tan grande como difícil de alcanzar– que el Patriarca ecuménico Bartolomé I, siguiendo las huellas del Vicario de Cristo, también haya convocado para la Iglesia ortodoxa un Año Paulino.

La enseñanza de Pablo nos recuerda que la plena comunión entre todos los cristianos encuentra su fundamento en el hecho de tener un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (27). Debemos rezar «para que la fe común, el único bautismo para el perdón de los pecados y la obediencia al único Señor y Salvador se manifiesten plenamente en la dimensión comunitaria y eclesial» (28).

San Pablo nos muestra el camino más eficaz hacia la unidad, en unas palabras que también proponía el Concilio Vaticano II en su decreto sobre el ecumenismo: así pues, os ruego yo, el prisionero por el Señor, que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, sobrellevándoos unos a otros con caridad, continuamente dispuestos a conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (29).

SAN PABLO NOS MUESTRA EL CAMINO MÁS EFICAZ HACIA LA UNIDAD
El Apóstol se empeñó siempre en conservar esa inmensa gracia de la unidad. A los cristianos de Corinto los invita, ya desde el comienzo de su primera carta, a evitar las divisiones entre ellos (30). Sus exhortaciones y sus llamadas de atención nos pueden servir también hoy. Delante de la humanidad del tercer milenio, cada vez más globalizada y, paradójicamente, más dividida y fragmentada por la cultura hedonista y relativista, que pone en duda la existencia misma de la verdad (31), la oración del Señor –ut omnes unum sint, que todos sean uno (32)– es para nosotros la mejor promesa de unión con Dios y de unidad entre los hombres.
B. Estrada

Artículo publicado originalmente en 2008.

1. Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972.
2. Cfr. Himno de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
3. Cfr. Gal 1, 15-18.
4. Cfr. 2 Cor 11, 32.
5. Cfr. Hch 7, 58.
6. Hch 22, 3.
7. 2 Tm 1, 11.
8. Cfr. 1 Cor 15, 8.
9. 2 Cor 11, 22-27.
10. Es Cristo que pasa, n. 3.
11. Benedicto XVI, Audiencia general, 25-X-2006.
12. 1 Cor 15, 3; cfr. 11, 23ss.
13. Cfr. Benedicto XVI, Audiencia general, 8-XI-2006.
14. Rm 3, 28.
15. Gal 2, 16.
16. Cfr. Rm 3, 24.
17. 1 Cor 1, 31.
18. Rm 6, 3s.
19. Gal 2, 20.
20. Es Cristo que pasa, n. 127.
21. Cfr. Rm 8, 9.
22. Gal 4, 6.
23. Gal 5, 22-24.
24. Rm 8,26.
25. Benedicto XVI, Audiencia general, 15-XI-2006.
26. Rm 5, 5.
27. Ef 4, 5.
28. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con Bartolomé I en la apertura del Año Paulino, 28-VI-2008.
29. Ef 4, 1-3.
30. Cfr. 1 Cor 1, 10.
31. Cfr. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con Bartolomé I en la apertura del Año Paulino, 28-VI-2008.
32. Jn 17, 21.

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