El director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia, Ramón Navarro Gómez, escribe sobre el tiempo de Adviento y como una buena noticia tiene la capacidad para cambiar muchas cosas. "El tiempo litúrgico del Adviento, con el que comienza el Año Litúrgico y se prepara la Navidad, está cimentado en la esperanza", explica el autor de este texto. "La esperanza, a su vez, -añade- hace referencia a una buena noticia, que en este caso es la venida del Señor".
Para quien se apoya en una esperanza cierta, su vida cambia
Una buena noticia tiene capacidad para cambiar muchas cosas. Imaginemos por un momento que estamos en una situación económica muy precaria, pero nos llega la noticia de que en unas semanas vamos a recibir una herencia enorme de un pariente lejano a quien apenas conocíamos. Esa noticia, ciertamente, cambiaría nuestra vida de forma radical. O mejor, dicho, nos cambiaría a nosotros, porque las circunstancias exteriores seguirían siendo, por ahora, las mismas. ¿Cuál sería entonces la diferencia? Que tendríamos una esperanza cierta, que haría brotar en nosotros el deseo de verla cumplida y que relativizaría muchas cosas que hasta ahora eran decisivas e importantes. Para quien se apoya en una esperanza cierta, su vida cambia.
El adviento está cimentado en la esperanza
El tiempo litúrgico del Adviento, con el que comienza el Año Litúrgico y se prepara la Navidad, está cimentado en la esperanza. La esperanza, a su vez, hace referencia a una buena noticia, que en este caso es la venida del Señor. ¡El Señor viene! La Iglesia vive esa esperanza como un deseo: «¡Ven, Señor!» («Maranathá»). Esa esperanza y ese deseo nos han de llevar a relativizar muchas cosas, porque nos ayuda a ponerlas en relación con la venida del Señor. El deseo de Dios cambia nuestra vida, la orienta. La ausencia de Dios nos hace caer muchas veces en la monotonía y la pérdida de sentido, en la desesperanza.
Transformación de la propia vida y del mundo en que vivimos
¿Cómo cambia nuestra vida el saber que el Señor vendrá, al final de la historia, que «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin»? ¿No es una esperanza alienante? En absoluto, porque suscita en nosotros algo nuevo aquí y ahora: unas actitudes que orientan nuestra vida hacia Él. Las invitaciones de este tiempo resuenan con fuerza –«estad vigilantes», «preparad el camino del Señor»–, y no hablan de un cambio superficial, o de una alienación, o de un desentenderse de las cosas de este mundo. Justo lo contrario. Estas actitudes a las que nos invita el Adviento –que son propias no solo de este tiempo sino en general de la vida cristiana– nos sitúan en el aquí y el ahora, en la transformación de la propia vida y del mundo en que vivimos.
Que la oración y la alabanza sean el traje habitual
Miremos, por ejemplo, lo que se le pide a Dios en la primera oración que se pronuncia en el Adviento, la colecta del domingo I: «[concede a tus fieles] el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene». Es curioso: se pide el “deseo”, porque estar cargados de buenas obras es algo que no hacemos nosotros por nosotros mismos, sino ayudados por la gracia de Dios. ¡El deseo de que Cristo venga conlleva el deseo de ser transformados por Él! Otras actitudes: en el prefacio II de Adviento pedimos que, cuando Él llegue, nos encuentre «velando en oración y cantando su alabanza». Es decir, que la oración y la alabanza no sean el traje que nos ponemos apresuradamente porque el Señor llega, sino la indumentaria habitual de nuestro día a día, porque «no sabemos el día ni la hora» de su venida.
El Señor viene a nuestro encuentro
Finalmente, me permito citar el prefacio III del Adviento, propio solo de algunos misales como el español y el italiano, que resume perfectamente esas actitudes que cambian ya nuestra vida y con la que salimos al encuentro del Señor, que viene: «El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino». Cambiamos nuestra vida no porque el Señor vendrá –sería una mera ilusión pensar que podemos hacerlo con nuestras fuerzas–, sino también porque viene hoy. De esa visita intermedia, nos habla San Bernardo con gran sabiduría: «La primera, cuando vino por su Encarnación; la segunda es cotidiana, cuando viene a cada uno de nosotros por su gracia; y la tercera, cuando venga a juzgar al mundo».
Así, la primera venida del Señor, en la humildad de nuestra carne, suscita la alegría al disponernos a celebrarla en la Navidad. La segunda venida, al final de los tiempos, suscita la esperanza y el deseo. La venida cotidiana, por la gracia, nos da las fuerzas para salir a su encuentro, y por la caridad nos dispone y nos transforma.
Cambio personal y comunitario
Las grandes figuras del Adviento nos ayudan a ver este tiempo como un cambio personal y comunitario que redunda también en los demás y en el mismo mundo. Fijémonos por ejemplo en el mensaje de Isaías. El segundo lunes de Adviento, por ejemplo, leemos el capítulo 35, donde nos habla de la salvación de Dios, que viene, que se presenta como una transformación, un cambio: El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo» (Is 35, 1). O el martes de la semana I, donde resuena majestuosa la profecía sobre el renuevo que brota en el tronco seco: «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago» (Is 11,1), con todas las consecuencias de esa novedad: el lobo y el cordero que habitan juntos, el ternero que pace con el león, el niño que mete la mano hacia la madriguera del áspid sin recibir daño: «Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor». O la maravillosa profecía del Is 2,1-5, que leemos el mismo lunes de la primera semana: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra».
Junto a Isaías tenemos también la figura de Juan el Bautista, que no solo nos invita a salir al encuentro del Señor y preparar sus caminos, sino a hacerlo con una conversión concreta, en la que el prójimo no queda excluido «¿Qué debemos hacer?» (Lc 3, 10-18).
María, modelo para el cambio en Adviento
Pero si hay una figura en la que el Adviento se sintetiza y ese cambio del que hablamos se hace patente es la Virgen María, tan presente sobre todo al comienzo de ese tiempo, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y al final del mismo, en la semana IV. Como nos recuerda el prefacio IV del Adviento: «en el seno virginal de la hija de Sion ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz».
¡Feliz Adviento!¡Feliz cambio!
Ramón Navarro Gómez, Director del secretariado, de la Comisión Episcopal para la Liturgia
Fuente: (Conferencia Episcopal Española CEE).
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